viernes, 10 de agosto de 2007

El piano, el canto, y la ópera…qué reflejan de nuestras vidas II

Queridos amigos...
Ahora quiero compartirles algo respecto al valor de la improvisación en la música y en nuestra vida cotidiana. Si tenemos presente que pretender comprender el mundo y realizar nuestras tareas diarias va más allá de lo que nuestra mente dispone, podemos asomarnos a otras ideas… a otros conceptos acerca de todo esto. Y la música es un muy buen ejemplo, justamente por su capacidad implícita de ser flexible, de acomodarse, de templarse.

Si logramos comprender que, como se ha mencionado alguna vez, “Miguel Angel no esculpió sus esculturas, sino que las descubrió en la piedra”, bellísima reflexión, por otra parte, deduciremos que tal vez nuestra concepción del mundo debería cambiar un poco… Siguiendo en esta dirección, nos podríamos preguntar si entonces las técnicas, los duros aprendizajes de un instrumento o de cualquier profesión, no son suficientes como para “producir” algo. Y, entonces la respuesta debería ser “no”, porque debe la persona estar conectada con “algo más” que la técnica o los “mecanismos para”. Ese “algo más” es algo así como una inteligencia, dinámica y, a la vez, siempre presente, que va moviéndose y expresándose a través del instrumento, del artista y de todos nosotros,

La improvisación está muy ligada al juego. En boletines anteriores se mencionó a “lîla”, palabra sánscrita que significa “juego divino”. En nuestra experiencia humana, en ese primer vínculo con nuestra madre, cuando descubrimos que ella de pronto se va, y luego vuelve, empezamos a caminar por la senda que caminaremos toda la vida, y que tiene que ver con los vínculos con los demás y con todo lo que nos rodea. Ese es el terreno a partir del cual creamos, jugamos e inventamos.

El arte, como una de las manifestaciones expresivas del ser humano, incluye la improvisación en algún momento, e, incluso, existen propuestas desde cada una de sus variantes, de considerar la improvisación como otra de sus formas. En ella, está presente lo impredecible para nosotros, lo imprevisto, el otro. Sin embargo, en ese ida y vuelta nos enriquecemos y nos produce el estímulo necesario para seguir creando.

Todo esto es lo que, casi sin darnos cuenta, aparece cuando la propuesta del Café Musical tiene que ver con la vivencia, como es el caso del domingo 26 de agosto. Buscamos en primer lugar, conectarnos con nosotros mismos, más allá del ruido diario de la calle, más allá de lo que está bien o no. Aceptamos nuestro malestar de ese día, si nos duele algo, si estamos tristes. A partir de eso, buscamos sentirnos un poco mejor a través de diversos movimientos, la música y la relación no verbal con los otros. Ensayamos alguna que otra improvisación y nos empezamos a descubrir… después nos relajamos y escuchamos música. La imaginación de despliega y llena de colores tal vez, nuestras imágenes. Con todo este material nos animamos a compartirlo con el grupo para después, construir juntos “algo” a través de algún recurso expresivo. Ese “algo” nos representará y significará para nosotros la conjunción de la música escuchada con nuestro sentir. En conclusión, lo que habremos hecho será dejar que esa inteligencia siempre presente, se exprese a través de nosotros, para que “la escultura sea descubierta”...

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